Emmaus International

Este 17 de octubre marca el 30º aniversario del Día Internacional por la Erradicación de la Pobreza. Nathalie Péré-Marzano, Delegada General de Emaús Internacional, y Bruno Tardieu, director de la campaña internacional #PobrezaNuncaMás de ATD Cuarto Mundo, insisten en que las políticas públicas actuales generan pobreza y exclusión, cuando sería posible actuar de otro modo.

El próximo 17 de octubre se celebrará la 30ª Jornada Internacional por la Erradicación de la Pobreza, poniendo en duda si habrá otras ediciones futuras sin una verdadera movilización política y ciudadana a todos los niveles. Diecisiete años después de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y la declaración firmada en el año 2000 por todos los países miembro de la ONU para erradicar la pobreza en todo el mundo, surge la pregunta de ¿qué ha pasado para que en 2015 la comunidad internacional establezca una nueva serie de objetivos - los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) - para el año 2030?
En el año 2000, los objetivos solamente apuntaban a los países del Sur, como si la pobreza hubiera desaparecido del Norte. Y, sobre todo, se había fijado el objetivo de "sacar de la pobreza a la mitad de los pobres", denunciando la violencia recurrente de la discriminación y la clasificación social. Gracias a la acción de nuestros movimientos ciudadanos, el principio de los ODS es ahora "No dejar a nadie atrás", incluyendo tanto al Norte como al Sur, la protección de los seres humanos y del planeta. Esta vez, los objetivos pueden movilizar a las poblaciones desfavorecidas y podemos realmente alcanzarlos, pero el éxito depende de todos nosotros.

Afirmamos que cualquier ambición de erradicar la pobreza debe basarse ante todo en un cambio radical de enfoque e inspirarse en la inteligencia y resistencia de las personas excluidas. ¡Y no hay tiempo que perder! Constatamos, sin embargo, que en todo el mundo, pero especialmente en Europa y en Francia, se señala a las personas en situación precaria no solo como responsables de su situación, sino como culpables de una parte del déficit público de nuestro país y se les reprocha vivir "a nuestras expensas".
Las personas en situación precaria se ven sometidas a una doble opresión: vivir en la pobreza y ser culpados por ello.
Desde hace varios años asistimos a una peligrosa inversión de los valores centrales de nuestra humanidad: ayudar a los que más sufren, apreciar la diversidad de la comunidad humana, la buena convivencia en condiciones dignas y permitir a cada persona dar lo mejor de sí misma.

Las políticas públicas, sociales o de "desarrollo" puestas en marcha desde hace 10 años contradicen estos valores, estigmatizando a los más excluidos y sus dificultades para encontrar un lugar en nuestras sociedades. Igualmente, condicionan su acceso a los derechos fundamentales en base a criterios que, además, clasifican a estas personas en función de su edad, situación familiar y origen. Con el pretexto de facilitar el acompañamiento de estas personas, las separamos en categorías y sus derechos varían en función de la casilla que se les asigne: mujer soltera, menor aislado, persona sin hogar, sin papeles, solicitante de asilo, migrante, etc.

Esta segmentación conlleva hoy en día, bajo el pretexto de los planes de austeridad inevitables, la confrontación de los distintos "públicos" y la creación de un nivel de tratamiento totalmente opuesto a lo que se define como derecho fundamental: la generación de competencia entre públicos precarios ha sustituido a la universalidad de derechos.

Al mismo tiempo, la injusticia a la que se somete a los migrantes, también condenable desde el punto de vista ético, radica en una incoherencia profunda, puesto que son precisamente las decisiones políticas las que reducen a estas personas a la más absoluta precariedad e indigencia, haciendo invivible su día a día: sin derecho a la vivienda, al agua potable y a una alimentación saludable, sin derecho al trabajo y, menos aún, a la cultura.
Esta precariedad no es una fatalidad, sino el resultado de las decisiones política contrarias a la acogida.   
La inversión de los valores se pone nuevamente de manifiesto cuando se decide incrementar los gastos en políticas migratorias exclusivamente para las medidas de seguridad, alimentando así las redes mafiosas de migración y trata de seres humanos, en lugar de fomentar las iniciativas de acogida y hospitalidad entre ciudadanos de todo el mundo e inspirarse en ello para definir nuevas visiones y políticas migratorias. Ironía de esta maquinaria de exilio y exclusión: en todas partes, los países y las poblaciones pobres saben movilizarse para acoger a los migrantes.

Sin embargo, las personas en situación de pobreza se atreven ahora a reunirse, romper el silencio y llamar a la acción contra la exclusión, en asociaciones como ATD Cuarto Mundo, Emaús y muchas otras. Nuevas prácticas, espacios de debate y reflexión colectiva crean precedente; nuevos conceptos como el de 'exclusión social', derechos como la cobertura sanitaria universal o la experiencia "Territorio Desempleo Cero" son resultados palpables. Las personas excluidas logran organizarse para asegurar su derecho a la salud en mutuas comunitarias autogestionadas, sobre todo en África y Asia.

Tal y como afirma Marie Jarhling, una de las primeras en conseguir salir de la invisibilidad: "Nos despreciaban y nos siguen despreciando, pero hemos conservado la humanidad. Hemos comprendido que no éramos culpables, sino víctimas de la violencia del desprecio y la injusticia. Después, comprendimos que no solo éramos víctimas, sino también resistentes. Resistentes por la humanidad". Esta nueva fuerza política invita a poner fin a la exclusión y a la pobreza. Pero ante todo, nos invita a invertir las decisiones que llevan a nuestra humanidad y al planeta a un callejón sin salida, y a encontrar el camino de los valores humanos.
 
Nathalie Péré-Marzano, Delegada General de Emaús Internacional
Bruno Tardieu, Director de la campaña internacional "Pobreza Nunca Más", Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo