Emmaus International

Marième trabaja de voluntaria para Emaús Internacional. Parte al encuentro de asociaciones Emaús en el continente africano para conocer la realidad de su participación en los ejes políticos del movimiento. He aquí su relato de los acontecimientos que tuvieron lugar en Burkina Faso en otoño de 2014.

 
El 30 de octubre de 2014 me pasé todo el día en twitter. Desde por la mañana hasta por la noche estuve siguiendo concienzudamente el famoso #Lwili, dándole frenéticamente a la tecla F5, recargando la página para seguir minuto a minuto el desarrollo de la insurrección popular que sacudía Burkina Faso.

Bernard pasó ese día en las calles de Uagadugú. Durante una semana abandonó la ciudad en la que vive, Bobo Dioulasso, para unirse a los cientos de miles de burkineses que invadieron las calles de la capital para exigir la renuncia del presidente Blaise Compaoré. «Teníamos miedo», reconoce, «pero teníamos que estar allí». Por más que se encoja de hombros no me engaña, y puedo percibir el orgullo legítimo que siente por haber desobedecido cívicamente una situación intolerable. Es el mismo orgullo que puede oírse en las voces de todos aquellos que salieron a la calle esos días para exigir la marcha del presidente. Seis meses después de los acontecimientos, los jóvenes de Burkina Faso hablan de ese día con un entusiasmo tan exaltado que parece infantil y que es difícil no compartir.

En las paredes de la capital, todavía llenas de grafitis, las frases «No al referéndum», «Blaise, lárgate» o «Perdona, vete a descansar», son una prueba de que una movilización ciudadana y pacífica puede acabar con la ceguera obstinada de las élites políticas. No obstante, nada está ganado y queda mucho por hacer. En octubre de este año, el gobierno de transición de Michel Kafando cederá su lugar a un nuevo régimen que saldrá de unas elecciones presidenciales cuya campaña ya ha comenzado. El «nuevo Burkina» que me describen aquellos que siguen igual de ilusionados que el día que se fue Blaise Compaoré todavía está por construir.

A pesar de las dudas y las incertidumbres, el sentimiento que domina hoy en día en las calles de la capital sigue siendo el optimismo. Motivados por el éxito de su reciente movilización, los burkineses no piensan entregar su victoria a los imprudentes que se la quieren apropiar. Y hacen bien.

Porque este viento de esperanza que sopla en Uagadugú se está extendiendo por todo el continente, y empieza a preocupar a aquellos dirigentes que, como el tito Blaise, se creían invencibles e imposibles de destronar. El movimiento Balais citoyen (Escoba ciudadana) de la sociedad civil burkinesa, que ha desempeñado un papel protagonista en la renuncia de Blaise Compaoré, simboliza este nuevo soplo de una juventud africana que parecía ajena al interés por las cuestiones políticas. La vigilancia ciudadana por la que abogan los líderes de estos movimientos tiene que ver sobre todo con una reapropiación por parte de los jóvenes (es decir, la mayoría de la población) del espacio que les pertenece en el ámbito de lo público. Al reivindicar sus derechos – y sus deberes – en la toma de decisiones políticas, estos jóvenes ejercen sobre sus dirigentes una presión popular que constituye una amenaza sin precedentes para unos regímenes que cada vez más son considerados como arcaicos y obsoletos.

150410 recits des volontaires MariemeLa escoba ciudadana: nuestra fuerza es nuestro número

Prueba de ello es la reciente detención de activistas congoleños, senegaleses y burkineses en la República Democrática del Congo, donde la posibilidad de que el presidente Kabila permanezca en el poder un tercer mandato se enfrenta a una oposición cada vez más virulenta. ¿Estarán las élites del viejo continente empezando a sentir este cambio de aires? En Burundi, recientemente varios miembros del partido del jefe del estado Pierre Nkurunziza se han pronunciado oficialmente contra su candidatura para las elecciones, previstas para el próximo mes de junio.

Nos equivocaríamos si limitásemos este fortalecimiento de la sociedad civil de los países africanos a la cuestión de los cambios institucionales y la extensión de los mandatos. En Burkina Faso, todo sigue en juego, ya que la marcha de Blaise no es suficiente. Lo que la sociedad busca es la reducción del desempleo, la lucha contra la precariedad, el desarrollo de las infraestructuras de sanidad. Cansada de ver cómo su dirigente se agarra obstinadamente al poder, cómo la clase política se enriquece mientras el país no consigue salir del subdesarrollo, la sociedad permanecerá vigilante, hoy más que nunca. El régimen de transición no se engaña y multiplica los gestos de buena voluntad, la adopción de iniciativas valientes – como la disolución del partido del antiguo presidente – y la toma de decisiones reformadoras de envergadura – los estados generales del sector judicial, destinados principalmente a garantizar la independencia de la justicia, se abrieron el 23 de marzo pasado.

Sería ingenuo pensar que es posible que se repita el ejemplo burkinés en todos los países en los que los dirigentes permanecen agarrados al poder. Pero sería muy cínico pensar que no se pueden extraer lecciones de este ejemplo en lo que concierne a las movilizaciones ciudadanas. El milagro que ha logrado el pueblo de Burkina Faso consiste en haberse hecho oír ante un hombre que no escuchaba a la razón, en haberse hecho visible ante un dirigente cegado por décadas de poder. El cepillo de la escoba que ha barrido a Blaise de su país está formada por miles de pelos: nos equivocaríamos si subestimáramos su fuerza.

Marième