Emmaus International

Filippo, voluntario para Emaús Internacional, parte al encuentro de asociaciones Emaús en Europa para conocer la realidad de su participación en los ejes políticos del movimiento. He aquí el relato de sus encuentros.


Son relatos de viajes, aviones que sobrevuelan sobre nuestras cabezas, trenes que parten en medio de la niebla o casualidades de la vida que no hay que dejar escapar. Pero también hay barcos que zarpan cargados de esperanza y juventud sin saber lo que se encontrarán en su destino.

Me encuentro a bordo del tren Frecciarossa 9567 Torino Porta Nuova – Roma Termini.
Hace un mes que partí para recorrer los grupos Emaús de Europa del sur y he escuchado ya muchas historias. Avanzamos a gran velocidad hacia el sur, al ritmo de los recuerdos.
En Villafranca he conocido a Mohammed, contento de poder hablar francés conmigo, y quizás sea por eso por lo que me revela el secreto del té marroquí. Hablamos en medio del ruido que hacen los aviones sobre nuestras cabezas, y Mohammed los reconoce a todos debido a su pasado en la aviación civil. Ahora se encuentra bloqueado, sin contrato, sin papeles y sin dinero, a la espera de una respuesta para saber si tiene derecho a la jubilación y poder aterrizar en una vida más tranquila.

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Pausa con café en el valle del Po en compañía de François, quien con palabras amables me habla de Camerún, donde ha dejado a su mujer y a sus tres hijos. Le gusta mucho Italia, ha viajado bastante, pero con la crisis las cosas no son como antes. Ahora quiere volver a su país y, por qué no, crear una comunidad de trabajo allá. Desgraciadamente su permiso de residencia caducado no se puede transformar en billete de avión y doce años no son suficientes para obtener papeles en su país de acogida.

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En Fiesso conozco a George, que me sirve un vaso de agua y me desea buen provecho.
Yo descubro que tras su acento veneciano se esconde un albanés bromista; él se sorprende al conocer que tenemos antepasados comunes. En definitiva, nos sorprendemos y nos descubrimos.
Un día de 1991 dejó Durrës y se embarcó rumbo a las costas italianas, con la esperanza de una vida mejor. Actualmente vive en comunidad en libertad condicional, para reparar un error que cometió hace tres años y que le obliga a permanecer cada noche en su habitación, entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana, esperando que sus ángeles protectores de la ley le deseen buenas noches. Ahora está arreglando una bicicleta para su hijo, que ha cumplido los dieciocho este año.
Está acostumbrado al parmesano y a la niebla, pero no a no ver nunca el mar. Echa mucho de menos el queso blanco y poder dormir tranquilo.
«Cuando se acabe todo esto, cojo una caravana y me voy hasta Albania».

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En Ferrara, al exterior del hangar, Ibrahim nos da una clase maestra sobre migraciones internacionales: «Italia recibe dinero de Europa para acoger a los migrantes pero no hace nada, le da igual. No es como en Escandinavia, donde en media hora tenemos papeles y podemos alojarnos y comer».
Huyó de Eritrea después de hacer el servicio militar obligatorio, en el que aprendió a comunicarse con signos.
Atravesó Sudán y Libia, sobrevivió al desierto y al mar, llegó a Lampedusa, a Roma, a Ferrara, a Estocolmo, y, por último, volvió a Ferrara, donde obtuvo el derecho de asilo.
Gracias a sus papeles puede circular libremente pero no es libre de instalarse fuera de Italia. Por eso permanece a la expectativa: de encontrar trabajo, de formar una familia, de poder decidir dónde vivir y del final de este viaje.
Estoy descargando un armario enorme con Saïd, que viste pantalones militares y muestra una sonrisa cargada de esperanza. Habla el dialecto marroquí, no sabe francés ni árabe, pero nos entendemos con gestos a pesar de todo, intercambiando algunos shukran y grazie mille. Cuando encontramos un mapa viejo del Mediterráneo me explica su recorrido. Su dedo señala Casablanca, luego en avión hasta Túnez y de ahí en barco a Lampedusa. ¿Y después? La prefectura le dio un papel invitándolo a volver a Marruecos «en avión si es posible, por favor, y si es desde Roma, mejor que mejor».

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Historias de viajes y fronteras. Como la de unos chavales eritreos interceptados por la policía y puestos en «libertad» en una estación de servicio en medio del campo en Macerata.
O la de la joven nigeriana que llegó a Helsinki con un billete de tren para Múnich. O el tipo que tardó diez años en llegar a Berlín desde Asmara.
Hace un mes que estoy de misión sobre el terreno y ya he cogido un avión y varios trenes, los compañeros de Emaús me han venido a buscar en coche y en caravana, he viajado en camión, he caminado por la ciudad y el campo, me han dejado una bicicleta para pasear el domingo.
Y el viaje no ha hecho más que empezar.
Soy libre de circular sin hacerme demasiadas preguntas, a pesar de que hay una que inunda mi mente: ¿por qué soy libre?
No obtengo respuesta. Solo oigo el sonido del tren al llegar a la estación. El viaje continúa.

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Filippo